jueves, 3 de febrero de 2011

4. “Aquí tienes tu vida. La tenía yo”



Antes de arrancar mi mirada de la libreta, retumbó el sonido de la voz que me ofrecía un cigarro. Era una voz rota, de mujer. Automáticamente, le puse rostro imaginario ya que no conocía esa voz. La imagen que creó mi cabeza fue la de una mujer rubia, de entre cuarenta y cincuenta años, con el cigarro en la boca y la piel seca al tacto visual.

Pasado ese segundo imaginario, esa foto cerebral de una voz, mi mirada busco ese rostro y no lo encontró. “¿Estás bien?” me preguntó la chica. “Sí, perdona. Estaba concentrado y, si, también te acepto ese cigarro”

Con la lentitud mental del que aún no ha desconectado de la tinta negra del bolígrafo y con la repetitiva pregunta que se cebaba conmigo esa tarde:“¿Estás bien?”, recogí el cigarro que más sobresalía de su cajetilla. “Gracias. Dime, ¿qué te trae hasta…?” Empecé a preguntar. “¿Qué escribes?” Me cortó ella.

“Aún no lo sé.  Gran respuesta, pensarás, pero creo que la mayoría de los que alguna vez hemos escrito algo, no sabemos bien lo que escribimos. O sí, no sé…” Le dije. Quedó pensativa y aproveché para observar quién se sentaba frente a mí en la mesita del rincón.

Era joven. Dudo que se acercara a las treinta primaveras. Con la expresión y el tono de la que ha vivido ya cuarenta fríos y duros inviernos. Elegante pero desenfadada, como diciendo: me cuido pero no me importa tu apariencia. Rizos negros. Poseía algo que me intriga y sueño dormido ya hace años, su mirada.


Esa mirada cómplice, que te genera curiosidad al mismo tiempo que, al querer transmitir y recopilar tanto, no sabes cómo interpretarla. Estaría horas delante de una mirada así aunque sólo fuera para intentar descifrarla.

“Sí, en parte tienes razón. ¿Pero escribes por hobby o por…?” Preguntó ella. Un “Me encanta” se escapó de mi boca sin previo aviso ni permiso.  Tengo que dejar de pensar en voz alta, pensó mi otro yo en silencio para mí. “Sí, por afición” respondí.

A la chica afónica sólo le interesaban las letras. A lo largo de la tarde, averigüe, gracias a ella, que su voz se encontraba así por los excesos cometidos la noche anterior en un concierto. Comentó que se dedicaba a escribir a la vez que no se dedicaba a nada, que sentía que su vida iba sin rumbo hacia un embarcadero fantasma de una isla perdida.

Cuando acabó de resumir el libro de su vida lo cerró con un “Pero soy libre”. Ella, sabía como yo que no engañaba ni a su propio ser con esa expresión. Era un lema, una frase hecha para intentar justificar la situación en la que se encontraba. Reflexioné un segundo mientras se ausentó para ir al baño.

La imagen que creó mi mente de ella era de la una niña que cree que le han robado la vida y que, por eso, la busca por toda la casa y, al no encontrarla, se pone a jugar con sus juguetes olvidándose así de su propia vida.

Creo que hoy ya no tiene juguetes en la habitación y se dedica a buscar su vida en la vida de los demás con la esperanza de que alguien un día le diga: “Aquí tienes tu vida. La tenía yo”. Creo que ahora se dedica a jugar con las letras para escribir una vida sin ella. Si me pidiera consejo, le diría que nunca le robaron la vida. Que la vida es todo aquello que ha hecho mientras buscaba su propia vida.

Me levanté a pagar la dolorosa. Al salir ella del servicio ,nos despedimos en la puerta. Ella me dijo que escribiría algo para mí  y yo prometióle respuesta. Ambos partimos del café cada uno, en dirección en la que creímos que encontraríamos nuestra vida.

De camino a mi vida a casa, al girar la esquina me pareció vislumbrar ante mí la silueta de la persona que el  día anterior me acompañó durante horas. Aceleré el paso con disimulo a la vez que cambié de acera para intentar ver su perfil, justo a su altura la miré y…

(Continuará…)

miércoles, 12 de enero de 2011

3. “¿Un cigarro?”


V

Volviendo, de nuevo, al Café de Colón un nuevo sol jugaba a su antojo con los charcos creando reflejos imposibles y con las sombras, deformando la deformada realidad; así empezaba una tarde que como todo nuevo día se antojaba caprichoso y juguetón.

Tal era así que, al entrar al lugar, aún olía a perfume de la tarde de ayer. Perfume de  coincidencias, de conversación, de una magia inexplicable, de miradas, de juego, de… de alcohol puro volatilizado…

¿Un café?”  Preguntó Luis. “Por supuesto” Respondí yo. Sin aún haberme situado, por mi mente deambulaban varias opciones: la de sentarme en la barra o la de ocupar el rincón donde pasé las cortas e intensas pero muchas horas de ayer.

Puesto que no había nadie en el bar y, aún dándole vueltas a la última frase de Luis en el día de ayer, decidí sentarme en la barra y así poder hablar con él. Hoy nos acompañaba  música celta, con menos volumen que ayer, como si en un silenciado “Irish Pub” nos encontráramos. Me vino al recuerdo el sabor de los matices a malta, caramelo y la cremosidad de la espuma de la cerveza irlandesa.

Al descolgarme de mi córtex y volver al presente encontré el café delante de mí y a Luis subido en una escalera, limpiando las botellas que exponía. Ante tal situación, agarré mi café y me dirigí a ocupar la mesita del rincón. Sí, la de ayer.

Inmerso en una paz interior, ayudado por la paz que me rodeaba, me dediqué a observar mi alrededor desde la posición de otra persona. La verdad  es que la posición era privilegiada. Había una visión perfecta de todo el bar y de las personas que allí pudieran habitar.

Pude ver cómo el sol entraba tímidamente por el poco cristal que quedaba desnudo; el resto luchaba con las cortinas blancas del lugar. Me detuve en ellas y me arrancaron una sonrisa. Sí, las barras y argollitas de la cortina eran doradas, como recuerdos de infancia, de casas de abuela.

Siguiendo la parte frontal de mi visión, reparé en nuevos detalles, como la campanita que pendía sobre la puerta. Con su trasiego advertía de la entrada o salida del bar.

Un gran reloj al estilo estación de tren, con su filigrana de aleación de algún metal a modo de adorno, dorado y colocado a media altura para hacerlo visible a ambas partes del bar con un simple golpe de vista.

La barra parecería aún más grande de lo que es cuando estás apoyado en ella. En la parte inferior había pequeños ganchitos perfectamente colocados, supongo que sirven de percha para los bolsos. Qué detallista este Luis.

Al rozar las seis de la tarde volvió el Jazz pero, esta vez, mi humo no bailaba con el de nadie. Luis, supongo que preocupado por mi tranquilidad, preguntóme “¿Todo bien?” “Sí, está todo bien, no te preocupes.” Le respondí.

Tanto él como yo, sabíamos perfectamente qué pasaba y qué esperaba yo allí sentado: el retorno de una persona que parecía no iba a volver. Desenfundé mi libreta del bolso, mi fiel tinta negra y empecé a escribir. He de reconocer que el ritmo de la escritura y la curvatura de la letra se basaba en las bases “Jazz” que me rodeaban. 

Empecé a escribir sin demasiado sentido pero rápidamente ocupé las dos primeras planas de mi libreta. Lo titulé “Un café, por favor”. Exhorto en la escritura obviaba todo a mi alrededor cuando, de repente, una voz me arrancó del mundo de las letras, volviéndome al mundo de los mortales. “¿Un cigarro?”…

(Continuará…)

lunes, 10 de enero de 2011

2. "Nunca antes, la había visto por aquí"

III

Al volver a la barra la encontré allí, justo donde descansaba mi taza de café. Miróme como queriendo recuperar la ventaja que gané hacía un par de minutos antes. Para no avasallarla , al recuperar mi café le lancé un “Disculpa” al mismo tiempo que me sentaba en el  taburete. Hablaba con Luis. Quedé expectante esperando la oportunidad para meter baza en la conversación, con alguna opinión gratuita o algún comentario sin importancia. Simplemente con la finalidad de interactuar con ella.

Así sucedió. Y empezaron a fluir nuestras palabras, al principio entre los tres. A los pocos minutos, Luis desapareció de la escena y de la conversación, como el que corta las cadenas a las lenguas atadas y nos permitiera entrar en temas más personales. No pasaron ni 10 minutos cuando ella me invitó a su rincón para seguir atropellándonos con nuestra curiosidad.

IV

Me sentí realmente cómodo en ese rincón, sin tener exactamente un por qué para ello. Una mezcla de conversación, tranquilidad, temas en común y buena compañía. Difícil de explicar por culpa de mi excesivo realismo ante todo tipo de situaciones.

De repente, Luis dijo: “Perdonad, voy a recoger.” No pude ver mi rostro pero, lo imagino como el de ella, entre sorpresa e incredulidad. Ambos hicimos el gesto de averiguar la hora de una manera disimulada sin llegar a hacerlo y, sin relojes en nuestras muñecas, recurrimos al de la pared. Las once. El tiempo a su lado, literalmente, se había volatilizado. Como si de un botellín destapado, de alcohol puro, se tratara.

Nos levantamos para liquidar nuestra deuda con el mesero y allí delante de la barra llegó la despedida. “¿Eres de por aquí?” Me preguntó ella. “Si, de la siguiente manzana” Y muy originalmente pregunté yo… “¿Y tu?” “No, pero suelo pasar por aquí, siempre en la misma mesa. La del  rincón.”

Algo incómodos con la despedida, nos dimos dos besos, mientras sin saber muy bien cómo, nuestras manos se unieron como si de dos “pincelesenredados” se trataran. Ella empezó a salir mientras nuestras manos se separaban. “Perdona”,  le dije, “¿cómo te llamas?”.  “Marta” , respondió casi detrás de la puerta.

Al salir ella, Luis me miró sin decir nada. No le hacía falta articular palabra. Tras unos segundos de silencio entre él y yo, dijo: “¿Entonces, nos vemos mañana?.” “Sí, Luis. Nos vemos mañana.”Respondí al  mismo tiempo que él me interrumpía para lazarme un mensaje que no supe cómo interpretar. “Nunca antes, la había visto por aquí”…

domingo, 9 de enero de 2011

1. “Un café, por favor”.


I  

Un aguacero sorprendió  mi rutina de gastar suela de zapato.  Su agua me rodeaba al tiempo que enfriaba mi piel. Sin más remedio que hallar cobijo, extendí mi vista más allá de neones de todo tipo de negocios hasta encontrar un lugar que, simplemente, no vendía nada.  Un rótulo sombrío, una simple puerta me atrajo por tal sencillez y me dirigí hasta allí.

Justo al entrar, sin mirar a mi alrededor, despojé a mis ojos de su facultad para secarme mis mojadas gafas. Dirigí mis manos hacia algo seco, quizá la camiseta, quizá algún “kleneex” sin usar. No hubo suerte. De repente, una voz me dijo “tome”. Di las gracias sin saber a quién, sequé mis lentes y, esta vez sí, vi al hombre que tras la barra se encontraba pensativo y tranquilo. Su pelo cano me recordó que ya no soy un crío para saltar en efímeros charcos de tormentas pasajeras.

Sonaba buena música de los 70. Jazz de algún grupo que no fui capaz de reconocer. La decoración parecía sacada de una foto en blanco y negro. El ambiente era tranquilo, de andar por casa  y había una amplia barra en la cual me apoyé. “Un café, por favor”.

El hombre tranquilo me sirvió velozmente el café mientras yo seguía observando el entorno. La madera, el color ocre de las paredes, el orden y la limpieza invitaban a visitar ese lugar sin reparo. Un sitio sin grandes mesas, provocando el ambiente tranquilo que allí se respiraba.


Encendí un cigarro y me perdí al ritmo de la música siguiendo los dibujos abstractos de su humo. En el trayecto “Jazz” de mi mirada encontré vida mas allá de la barra. Al final del café, en la mesita del rincón, se hallaba una chica afanada con una servilleta y un bolígrafo rojo.  

Quise entablar un juego de miradas… ¿Le ha sorprendido la lluvia? Me interrumpió el camarero del lugar. “Sí”. No tuve otra opción para responder a una pregunta que más que inteligente, pedía conversación. Así que opté a comunicarme con él. “Perdone, ¿cómo se llama?”.  “Luis”.

II

Buen tipo este Luis. Desprendía seriedad al mismo tiempo que su humor, su conversación y su educación exhalaban agilidad e inteligencia. De esas personas que no necesitan gesticular porque con la palabra les basta. Me asaltaron varias preguntas para Luis pero las dejé para otro momento. No es bueno meter el dedo en la llaga el primer día, pensé para mí.

En la conversación obtuve un detalle en el que no pude reparar anteriormente. “El Café de Colón” es donde reposaba mi húmedo cuerpo. Enmudeció la música y Luis se adentró en la oficina para cambiar el disco compacto que allí giraba.

Me sorprendieron los primeros compases de la pieza. A la velocidad de la luz, mi mente ubicó el cantante y la letra. Se erizó el vello de mis brazos y en honor al cantautor, encendí otro cigarro con ímpetu “como si llegaran a buen puerto mis ansias…” Embobados con la voz del poeta, la conversación que mantenía con el mesero quedó pausada. Aproveché para retomar algo que había dejado antes de empezar.

Volví con mi mirada al último rincón del bar donde yacía la chica de la servilleta teñida de rojo. También distraída y sonriente con el tono del maestro, estuvo fumando hasta que nuestros humos se enlazaron en un fugaz baile y, al fin, empezó el juego de cruces, choques y fijaciones de miradas. Sin saber quién ganó, me levanté directo al servicio, que bien por costumbre o por querer acercarme a ella quise poner “al fondo a la derecha.”

Al llegar a su altura no debía esconder mi descaro. Tenía varios trabajos y sólo dos oportunidades para obtener la información en el viaje de ida y de vuelta a la barra. Uno de ellos consistía en absorber toda la información posible, esta vez de cerca. Información de sus ojos y su expresión. En el de vuelta: ¿qué trazaba en esa servilleta? Un dibujo, un texto, un dibujo con su texto, un avioncito de papel… Demasiado trabajo para cuatro pasos; un reto más para la tarde que empezó con un paseo atormentado.

Resultó. Al  clavar mi mirada en la suya, su sonrisa nerviosa mostró el escudo tras el que se escondía. Sus ojos pedían más a la vez que su gesto advertía lo realmente difícil de entrar en ella. Al desconectar de su mirada  y seguir con mi trayecto, me informó. “Perdone, el servicio está ahí delante.”

Oí su voz gratuitamente, perdiendo la posibilidad de que, al volver, escudriñara lo que tenía entre sus manos. Así que, a la misma vez que le di las gracias, tiré la mirada a la servilleta. La taza de su café con leche no me dejo leer más que lo que entendí como el título de su escritura. “Para J.”

(Continua en el 2.)