miércoles, 12 de enero de 2011

3. “¿Un cigarro?”


V

Volviendo, de nuevo, al Café de Colón un nuevo sol jugaba a su antojo con los charcos creando reflejos imposibles y con las sombras, deformando la deformada realidad; así empezaba una tarde que como todo nuevo día se antojaba caprichoso y juguetón.

Tal era así que, al entrar al lugar, aún olía a perfume de la tarde de ayer. Perfume de  coincidencias, de conversación, de una magia inexplicable, de miradas, de juego, de… de alcohol puro volatilizado…

¿Un café?”  Preguntó Luis. “Por supuesto” Respondí yo. Sin aún haberme situado, por mi mente deambulaban varias opciones: la de sentarme en la barra o la de ocupar el rincón donde pasé las cortas e intensas pero muchas horas de ayer.

Puesto que no había nadie en el bar y, aún dándole vueltas a la última frase de Luis en el día de ayer, decidí sentarme en la barra y así poder hablar con él. Hoy nos acompañaba  música celta, con menos volumen que ayer, como si en un silenciado “Irish Pub” nos encontráramos. Me vino al recuerdo el sabor de los matices a malta, caramelo y la cremosidad de la espuma de la cerveza irlandesa.

Al descolgarme de mi córtex y volver al presente encontré el café delante de mí y a Luis subido en una escalera, limpiando las botellas que exponía. Ante tal situación, agarré mi café y me dirigí a ocupar la mesita del rincón. Sí, la de ayer.

Inmerso en una paz interior, ayudado por la paz que me rodeaba, me dediqué a observar mi alrededor desde la posición de otra persona. La verdad  es que la posición era privilegiada. Había una visión perfecta de todo el bar y de las personas que allí pudieran habitar.

Pude ver cómo el sol entraba tímidamente por el poco cristal que quedaba desnudo; el resto luchaba con las cortinas blancas del lugar. Me detuve en ellas y me arrancaron una sonrisa. Sí, las barras y argollitas de la cortina eran doradas, como recuerdos de infancia, de casas de abuela.

Siguiendo la parte frontal de mi visión, reparé en nuevos detalles, como la campanita que pendía sobre la puerta. Con su trasiego advertía de la entrada o salida del bar.

Un gran reloj al estilo estación de tren, con su filigrana de aleación de algún metal a modo de adorno, dorado y colocado a media altura para hacerlo visible a ambas partes del bar con un simple golpe de vista.

La barra parecería aún más grande de lo que es cuando estás apoyado en ella. En la parte inferior había pequeños ganchitos perfectamente colocados, supongo que sirven de percha para los bolsos. Qué detallista este Luis.

Al rozar las seis de la tarde volvió el Jazz pero, esta vez, mi humo no bailaba con el de nadie. Luis, supongo que preocupado por mi tranquilidad, preguntóme “¿Todo bien?” “Sí, está todo bien, no te preocupes.” Le respondí.

Tanto él como yo, sabíamos perfectamente qué pasaba y qué esperaba yo allí sentado: el retorno de una persona que parecía no iba a volver. Desenfundé mi libreta del bolso, mi fiel tinta negra y empecé a escribir. He de reconocer que el ritmo de la escritura y la curvatura de la letra se basaba en las bases “Jazz” que me rodeaban. 

Empecé a escribir sin demasiado sentido pero rápidamente ocupé las dos primeras planas de mi libreta. Lo titulé “Un café, por favor”. Exhorto en la escritura obviaba todo a mi alrededor cuando, de repente, una voz me arrancó del mundo de las letras, volviéndome al mundo de los mortales. “¿Un cigarro?”…

(Continuará…)